ChatGPT se ha convertido, para muchos, en una herramienta tan cotidiana como el propio navegador. Lo consultamos por una duda técnica, una palabra que se nos escapa, una idea que necesita forma. Está ahí, rápido, eficiente, constante. Hasta que un martes cualquiera, como hoy, 10 de junio, deja de estarlo. Abres la app en tu smartphone, la aplicación en tu PC o la una pestaña, formulas la petición con la misma naturalidad de siempre… y aparece un mensaje en rojo: “Too many concurrent requests”.
El mensaje ha sido la puerta cerrada que se han encontrado millones de usuarios a lo largo del día. Desde primera hora de la mañana, la popular herramienta de OpenAI ha comenzado a presentar fallos generalizados. La página cargaba, pero al intentar enviar una consulta, el sistema se quedaba inerte o devolvía un error por exceso de solicitudes. Algunos usuarios con acceso premium tampoco pudieron generar imágenes o usar funciones avanzadas. En pocas palabras, ChatGPT había entrado en pausa.
OpenAI no ha emitido ningún comunicado formal para explicar el origen del problema. La única pista procedía de su página oficial de estado, donde se podía leer: “Actualmente estamos experimentando problemas”. Más adelante, han añadido que estaban viendo “numerosas tasas de error” y que el servicio “se estaba recuperando”, aunque advirtieron que la normalización completa de todos los servicios podría tardar horas. El silencio informativo ha sido, en este caso, tan notorio como la interrupción del servicio.
A lo largo del día, el estado del servicio ha fluctuado. Algunas fuentes apuntaban a una recuperación parcial hacia las 19:00, pero sin confirmación oficial de que el sistema estuviera completamente restablecido. Para muchos, la experiencia ha seguido siendo errática: un acceso que volvía por momentos, pero que no garantizaba la operatividad habitual. Este comportamiento intermitente ha dejado en evidencia la fragilidad que puede esconderse tras una interfaz que suele parecer infalible.
Desde un punto de vista técnico, el mensaje de error —“demasiadas solicitudes simultáneas”— sugiere un cuello de botella provocado por un pico masivo de tráfico o por un fallo en la gestión de peticiones concurrentes. En un sistema como el de ChatGPT, que opera a gran escala y depende de infraestructuras cloud para ejecutar modelos de lenguaje en tiempo real, una sobrecarga puede causar efectos en cascada. La API, usada por empresas y desarrolladores, también ha mostrado signos de inestabilidad, lo que nos indica que el fallo no se circunscribe exclusivamente al chatbot.
Este tipo de incidentes pone en primer plano una cuestión que cada vez resulta más urgente: la creciente dependencia de estas plataformas. ChatGPT ha pasado de ser un experimento interesante a convertirse en una herramienta de uso intensivo para estudiantes, profesionales, desarrolladores, investigadores. Cuando deja de funcionar, no es solo una molestia: es una interrupción real en los flujos de trabajo. El problema no es que falle, sino que, cuando lo hace, deja a demasiada gente sin alternativas inmediatas.
Y sin embargo, esto también debería servirnos de recordatorio. La inteligencia artificial, por más útil que se vuelva, sigue siendo una tecnología en evolución, con límites técnicos y humanos. Mientras más central sea su papel en nuestras tareas, mayor será la necesidad de que estos servicios no solo sean rápidos y potentes, sino también fiables, explicables y, sobre todo, transparentes. Porque en el fondo, confiar en una máquina es también confiar en quienes la mantienen activa.
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